jueves, 30 de junio de 2016

Una patada hacia la muerte | CINOteca


Ya está todo listo. No hay ojos que nos detengan ni voces que nos salven. Está despejado el cielo y vacía la tierra. Esta es la primera vez que veo el pájaro en el árbol moviendo sus dulces y cansadas plumas sin razón aparente. Apenas si hay una nube, o el recuerdo de alguna de ellas. En este árbol yacerán nuestros nombres, como los pibes que tallan con una llave sus iniciales y las encierran en un corazón. Así la amo yo, o un poco más. Tengo miedo. Pero el miedo de al fin probar lo que tanta ansiedad genera. Como visitar un lugar extranjero. O como cuando tu banda favorita toca esa canción y en tu panza hay un concierto de luciérnagas y de muerte a la vez. Ya está todo preparado. Este árbol donde seremos eternas y donde el ritual se hará posible es el único ser con el que sentimos empatía. Estas son ramas amigas que soportarán nuestro peso.       
 Ella me dice «pateá la silla Juli». Y yo sé que me tengo que apurar antes de que alguien nos descubra. Porque esta es la peor de las travesuras que pueden hacerse, y antes de concedernos el deseo nos encerrarán, pero ellos, fuera de la cárcel y de los manicomios le van a rezar por nuestro mal comportamiento al dios de la moral y de las buenas acciones, mientras nosotras padecemos de su sanidad, santidad. Satanidad. Nuestra imperdonable satanidad. Deseo tanto que los muerda un rayo. O un perro rabioso. Que algo los muerda. Que alguien les haga sangrar la carne. Que tiemblen de miedo. Que sientan nuestras patadas. Que sientan cómo nuestra respiración se va desacelerando. «pateá la silla Juli». Me dijo María. «María, María». Tu nombre tiene gusto amargo cuando me lo paso por los dientes. Pero es el único sabor amable que sentí en esta vida sucia. «María, María» Ojalá en otro mundo te pueda encontrar. La soga ya está colgada. La patada ya salió de mi cerebro. Mi mente dio la indicación. El movimiento recorre los nervios hasta llegar a mi pie. La homofobia, María. Tus tatuajes. Tus párpados con purpurina. Las líneas negras de tus manos. Mi boca manchada para siempre con un beso tuyo que me llevo conmigo. Abrazame fuerte. Ojalá la soga me apriete más rápido. Quién pudiera encontrarte allí colgada, tan hermosa, con la mordedura de la muerte en el cuello. Solo deseo que haya un ángel torturador que nos saque de acá al mismo instante. «pateá la silla Juli». Y la señal, el pie, el sonido de la madera contra las hojas secas del piso, el olor a algún auto en la ruta entremezclado con el bosque putrefacto que sale de la ciudad. Seis minutos en los que no me dejaré dominar por el odio que le tengo a esta sociedad. Esta ranciedad humana que crea los tejidos de la soga que hoy nos regala la liberación en el interior de sus nudos. Seis minutos que usaré para quererte. Seis caprichosos minutos con vos.

Sol Zurita

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