- sobre la experiencia de ver, escuchar y sentir su clásica música -
(miércoles 29 de Julio, Sala Ballena Azul del C. C. Kirchner)
Pablo Ruocco
“Y dale alegría a mi corazón, es lo único que te pido al menos hoy”.
Con esa plegaria devenida en himno popular, Fito Páez dio inicio en la noche
del miércoles 29 de Julio, a un potente y emotivo concierto, junto a la Kashmir Orchestra en la Sala Ballena
Azul, del C.C. Kirchner. Vestido de elegante saco de pana negro, prolija camisa blanca y moño a tono,
el compositor de clásicos como El amor
después del amor y 11 y 6,
ofreció una experiencia que, por momentos, trascendió y trasgredió lo que comúnmente
podemos entender por concierto musical.
La invitación al evento se
titulaba “Páez en América”. Sin embargo, esta altura de su carrera, sería
pertinente una sutil, aunque significativa corrección y titular este concierto
(y tantos otros que ha llevado adelante) como “Páez de América”, tomando prestado el apodo otrora asumido por Sandro. Esto
no es mera pleitesía, sino que se funda en la amplia y heterogénea paleta de
sonoridades, texturas e interpretaciones que el compositor rosarino ofreció a lo largo de dos
horas: Charly García, Hugo Fattorusso, Chico Buarque, Carlos Gardel, Chabuca
Granda, Silvio Rodríguez, Caetano Veloso, Violeta Parra, Luis Alberto Spinetta
y Atahualpa Yupanqui, entre otros destacados compositores de nuestro continente,
convivieron en su lista de canciones. ¡Y
vaya si logró una convivencia armoniosa! Páez logró que la heterogeneidad
se volviese virtud. A través de sus atinadas y sentidas interpretaciones, y de
los logrados arreglos de la Kashmir
Orchestra, la sensación unánime que reinó en el público fue de gratitud: en
un concierto de Páez, no solo se goza de la música, sino que también se
aprende, se valora, se descubren matices, sonoridades y “complejas capas, que se van abriendo, como la cebolla” al decir propio músico.
Asumiendo riesgos, disfrutando de las diversas
intensidades que le imprimía a cada interpretación, da la sensación de que Páez nunca deja de ser un niño: se ríe, hace ademanes, camina por el escenario, hasta se toma el tiempo para
explicar e introducir varias de las canciones. Como si con la música sola no fuese
suficiente, con su impronta logra elevar lo que en apariencia es un simple
concierto de música, a una experiencia trascendental. Transmite toda su
vitalidad y elegancia, su experiencia y sorpresa, su jovialidad y ternura.
Promediando el cierre del evento,
y ante tanta gratitud de parte del público, el pianista y compositor tuvo una
reacción por demás significativa: luego de un aplauso cerrado del público, compartió
la siguiente reflexión: “hoy soy yo el
que está acá, pero antes había otras personas - chamanes, juglares- que llevaban adelante las
ceremonias y los relatos de los pueblos; el espectáculo es otra cosa”. Y hacia
el final del concierto Páez se convirtió, por un momento, en ese juglar-chamán que refirió: en Mariposa Teknicolor,
la última canción de los bises, abandonó el micrófono para darle “la voz
cantante” al público; mientras que él se ubicaba en el rol de “guía”,
dirigiendo con ambas manos, el canto coral de las más de mil quinientas personas, con
ademanes claros y precisos, logrando una afinación envidiable para tamaño auditorio.
Se define al chamán como un individuo al que se le atribuye la capacidad
de modificar la realidad o la percepción colectiva de esta. Al hacer
referencias tan variadas al corazón
(pide darle alegría, lo ofrece como ante sensaciones de perdición, lo empobrece
y enloquece en ciudades desquiciadas), Fito Páez asume el rol de chamán: un hombre sabio que, con sus
relatos y poderes, viene a poner todo de sí para que nos sintamos un poco
mejor.
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