Pablo Ruocco
Retomando
esta joven aunque entusiasta columna, les recuerdo que la propuesta es pensar
el Psicodrama, mejor dicho desde el Psicodrama, escenas de la vida cotidiana,
situaciones comunes, aparentemente banales,
para poder mirarlas, desde una perspectiva grupal –en este caso, yo
escribiendo, ustedes leyendo-, y poder, en conjunto, reflexionar al respecto. El
desafío será el de indagar en sucesos en apariencia triviales, sin la exigencia
de generar teoría, sino un modo singular de producir texto, enhebrando
experiencias, situaciones, “escenas” de la vida cotidiana, con los modos de
intervención, técnicas y conceptos provenientes del Psicodrama. Esa es la
propuesta…
En esta oportunidad les quiero
compartir una situación que no fue una, sino muchas. A propósito del
X Congreso Iberoamericano de Psicodrama,
hace algunos meses, tuve la oportunidad de viajar al país hermano de Chile,
más precisamente a su ciudad capital: Santiago
de Chile.
A lo largo de la estadía, junto a
los colegas con quienes viajé, nos sucedió en varias oportunidades, la
situación de acercarnos a algún/a chileno/a a consultarle algo (ubicación de
alguna calle, algún pedido en un local de comida, etc.). A pesar de hablar el
mismo idioma –el castellano- fueron muchas las oportunidades en las que nos
sentimos desencajados al no poder comprender su respuesta, ya sea por la
utilización de algunas palabras muy específicas –modismos- de su país, como así
también por la velocidad o modo –distinto al nuestro, argentino – en el que
hablaban.
La escena que quiero compartirles
trata sobre la posibilidad/imposibilidad de entendernos/ hacernos entender con
otros/as.
Escena: en este caso, describiré una situación específica que
percibí de cerca, entre un colega que viajó conmigo a Chile y un vendedor de un
comercio de comida.
El protagonista de esta escena es un colega psicólogo y psicodramatista, de unos 40 años, que llamaré H. El lugar en el que se desarrolla la situación
es un local de comida, algo similar a un kiosco. Además de H., el otro personaje será el encargado del
local.
La escena comienza cuando H. ingresa al local y pide algo para comer. El comerciante le describe una
variedad de posibilidades, muchas de ellas difíciles de entender para H.: Barros
Jarpa, Barros Luco, sándwich en pan de molde, gordas, completo italiano…
Ante el desconcierto y la enorme
dificultad para comprender las opciones culinarias, H. pregunta qué es un
sándwich en pan de molde. El comerciante, entre resignado y algo fastidioso,
saca de un mostrador un envase con dos sándwiches de pan de miga y se lo
muestra.
Despliegue de la escena
Rápidamente, podríamos dar cuenta
que, en esta escena, el protagonista
es H. Por otro lado, tenemos un Yo
Auxiliar: el comerciante. Si imagináramos el comercio, repleto de objetos
comestibles y bebibles, podría ser interesante darle “voz” alguno de ellos, testigos silenciosos de esta
escena de desencuentros.
En un primer momento, podríamos
indagar sobre los pensamientos y sensaciones –soliloquios- de cada uno de los personajes de la escena: por un
lado, H. siente “hambre, ganas de
comer algo, de probar algún alimento típico de Chile”. El Comerciante, al
identificar rápidamente a H. como extranjero, podría tener “sensación de extrañeza” y un pensamiento
del tipo: “otra vez tendré que hacer un
esfuerzo extra para hacerme entender”.
Avancemos en la situación. H. pregunta qué es lo que puede comprar para comer. El comerciante le
ofrece algunas opciones: Barros Jarpa, Barros Luco, sándwich en pan de molde,
gordas, completo italiano…
Un ejercicio más que interesante,
sería el de pedir al grupo –en este caso, a ustedes, lectores- que hagan lo que
en Psicodrama llamamos doblajes:
poder ubicarse imaginariamente, en el lugar de alguno de los dos personajes y expresar
qué otras cosas podrían estar diciendo o pensando. Del lado de H.: “no te entiendo, me podés ser más claro?”,
“por qué hay tanta diferencia con un
kiosco de Argentina?”, “me enoja
mucho no poder entender a este tipo!”. Del lado del comerciante: “¿qué es lo que no entiende?,¡ si estoy
siendo claro!”, “Dale, decidite y comprá,
que hay gente esperando!”. Y la lista de doblajes, seguramente sería
infinita.
¿Cuántas veces nos encontramos
con situaciones similares, en donde nos resulta muy difícil poder entender al
otro/ hacernos entender? En el trabajo, en la calle, incluso en el seno de la
familia, de manera frecuente podemos encontrarnos con que resulta muy compleja,
e incluso confusa, la comunicación con el otro. ¿Qué alternativas podríamos
encontrar ante tales dificultades? ¿Cuánto inciden las nuevas modalidades de
comunicación –celulares, video-llamadas, etc- en mantenernos cada vez más
in-comunicados?
Volviendo a nuestra escena,
podemos dar cuenta cómo la diferencia de costumbres, modismos y formas,
dificulta la comprensión entre personas. Al mismo tiempo, son esas
particularidades, tan propias de cada cultura, incluso de cada pueblo o barrio
en que vivimos, las que nos forjan nuestra identidad.
Quizás podríamos pensar que
comprender al otro en su totalidad es, en definitiva, una utopía. ¿No
resultaría más provechoso tolerar las diferencias, incluso tolerar las
incomprensiones y convivir con ellas, sin considerarlas un obstáculo, sino más
bien algo diferente que nos enriquece y distingue?
No hay comentarios:
Publicar un comentario