viernes, 15 de julio de 2016

Barranco | CINOteca



El verano nos convierte en peces momentáneos y nos invita a nadar en aguas de las que no sabemos la profundidad ni la temperatura. Nos arrojamos a universos completamente desconocidos con tal de apagar el incendio y refrescar el infierno que rodea nuestro cuerpo. Hacen treinta y ocho grados centígrados y el sol raja la tierra. Al borde de un barranco altísimo me encuentro yo, medio agachado, medio encorvado, brazos estirados y palmas juntas, imitando la aleta de un tiburón humano. La cabeza apuntando al ombligo, como siempre me enseñaron que hay que posicionarse para lograr un clavado perfecto. Tras observar mi ombligo, su forma me parece extraña. Tal vez es por la sangre que está fluyendo hacia mi cabeza producto de la posición extraña. O tal vez, la partera que ayudó a mi mamá a parirme, estaba practicando cómo cortar un cordón umbilical. Porque es horriblemente pequeño y sin forma, pero jamás me había importado, hasta ahora. Es porque no quiero lanzarme al vacío y estoy buscando excusas tontas para quedarme seguro en tierra firme. 
-¡Vamos! ¡Lánzate! ¿O tienes miedo?- gritan mis amigos, que ya se encuentran en el agua. No se golpearon al caer y eso no tiene porque ocurrirme a mí. Pero siempre tuve mala suerte, como cuando a los ocho años, caí de un tercer escalón y me fracturé el coxis. O cuando estaba por dar mi primer beso, estando resfriado, al respirar rápido por la emoción y la excitación, un asqueroso moco verde fluo salió disparado, yendo a parar directamente al hermoso suéter que la chica llevaba puesto, quedando impactado en el medio de su pecho, cual bala asesina. Nunca pude olvidar su expresión de asco y repugnancia. Obviamente, el día de mi primer beso, no fue ése. Vuelvo al lugar donde estoy y dejo de viajar entre mis recuerdos. El miedo recorre mis venas como nunca antes. ¿Estoy temblando? Mis piernas se desequilibran y tiritan al ritmo del castañeo de mis dientes. El barranco mide veinte altos metros. Uno de mis pies resbala de la piedra y mi posición se descoloca totalmente. Quiero evitar lo inevitable pero no lo logro. Estoy cayendo en una posición extraña. Durante la extensa caída, mi corazón da un vuelco y se siente como cuando se está pronto a dormir, que te despiertas sobresaltado, pero a diferencia de este momento, te tranquilizas enseguida, porque sabes que estás en tu cama, protegido y sin estar cayendo de una altura insospechada. 
¿Estará fría el agua? Que importa, sólo quiero caer y ya. Cierro los ojos y presiono el pulgar y el índice sobre mis fosas nasales aunque voy a aspirar agua de todas maneras. El impacto se produce. El agua ingresa por mi nariz generando la horrible picazón y mini-asfixia característica. Mis manos son inútiles haciendo presión. Asomo la cabeza a la superficie, tomo una gran bocanada aliviadora y me doy cuenta de que estoy en el agua seguro, pero con el corazón en la boca. Me encuentro bien. Segundos después siento la adrenalina fluir a través del torrente sanguíneo y llegando a mis neuronas. Esto es la gloria, quiero lanzarme otra vez.

Martina Giacoboni

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